Primero me dijo que su textura y las cosas de las que está hecho son maravillosas. Que no hay cosa más bella que la vida. Que el tiempo no existe, tampoco el espacio. Que en el corazón todo coexiste como en una gran semilla de creación. Que puedo invocar a la madre del silencio, que habita en los crepúsculos. Que le pida que me ayude a comenzar de nuevo. Que escuche la canción sencilla, el ritmo simple que canta dentro de mí.
Lo segundo que me dijo es que la magia está en todas las cosas. Que lo natural está lleno de lo divino, y exhala en lo suprasensible. Que cuando decimos que todo está conectado por líneas o hilos de energía, es verdad. Me está latiendo el corazón hacia adentro, hacia las entrañas. Habla hacia lo profundo de mí como recordando algo. Hoy recordé lo felices que fueron mi padre y mi madre al traerme al mundo. Reconocí eso en mi vida y lloré de amor. Ahora mis entrañas hablan como rumiando. Dicen que requiere un gran esfuerzo salir del sinsentido, un jalón de músculos y huesos bien poderoso, de esos que dejan el cuerpo dolorido. Salir de ese abismo es muy importante. Sólo así se puede percibir la vida real, que siempre nos habla. Hay que no querer responderle a lo que nos habla. Por eso es importante el silencio.
Mi corazón les dice a mis tripas: “Recuerden el territorio”, Después dirige mi atención a la tierra, me dice que piense en la tierra, que mire más allá del espacio-tiempo, que vea este lugar atemporal que ocupo. Acaba de entrar una abeja por la ventana. Es buena señal que su vuelo haya entrado en estas líneas. Mi cuerpo se pregunta: ¿qué es estar aquí? Respiro hondo, entre tímido y entusiasta… Se incrementa el ruido en la calle. Y con eso viene algo de lo profundo, el miedo atávico de vivir una vida sin sentido. Ese dolor de mis ancestros, de la humanidad, esa intensa búsqueda por justificar la vida y las acciones.
Recuerdo el territorio, recuerdo la tierra de la que estoy hecho. ¿Cuál es el sentido madre?, le pregunto a la tierra. Le pido a mi corazón que le pregunte. Los ruidos de la calle vuelven a subir. Escucho el grito de una niña a la distancia. Sentir la profundidad, pienso. Sentir y ser esa profundidad, y así, desde lo profundo, recibir. Entonces me pongo a sentir con renovadas fuerzas y a mirar y a oír y a respirar. Me alimento de eso y siento que alimento al afuera también. Me siento nexo, membrana. El silencio me ayuda ahora. Sólo de un verdadero silencio puede brotar una verdadera ofrenda, y la ofrenda surge de reconocer que esa eterna charla entre el adentro y el afuera, entre lo fijo y lo móvil, entre lo infinito y lo finito, anima y mueve eso que llamamos vida. Y que de todas las formas posibles somos parte de ese ir y venir, de ese mecerse. Eso me dijo mi corazón y me dejó en paz.